Honorina by Honore de Balzac

Honorina by Honore de Balzac

autor:Honore de Balzac [Balzac, Honore de]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Libre de derechos
publicado: 2011-04-25T20:52:08+00:00


»—Entonces ¿quién es nuestro vecino? dijo la condesa alzando la cabeza. ¿Es un tronera, un misántropo, ó qué es?

»Los locos tranquilos son los únicos hombres de los cuales no desconfían las mujeres en materia de sentimientos. Verán ustedes, por la continuación de mi relato, cuán bien había pensado el conde al elegirme para representar aquella comedia. En las cercanías de donde habitaba, creían que yo no tenía más que una dulce y poética monomanía, y esta era las flores.

»—Pero ¿qué le sucede? insistió la condesa.

»—Ha estudiado demasiado y es un sabio. Y

ya que quiere usted saber cuanto se dice de él, le manifestaré que tiene sus razones para odiar á las mujeres, ó al menos para no amarlas.

»—Pues bien, ruéguele usted que venga: los locos me asustan menos que los cuerdos; yo le hablaré, y tal vez le convenza. Si no lo consigo, hablaré al señor cura.

»Al día siguiente de esta conversación, pa-seándome por el jardín, vi en el primer piso del pabellón vecino descorridas las cortinas de una ventana, tras la cual se hallaba en observación una mujer. La señora Gobain se dirigió á mí. Yo miré bruscamente al pabellón, haciendo un gesto brutal como si dijese: ¿Qué me importa mi vecina?

»—Señora, dijo la Gobain al dar cuenta á la condesa de su embajada, el vecino me ha dicho que le deje tranquilo, que cada uno es dueño de su casa, sobre todo cuando vive sin mujer alguna y en completa soledad.

» —Tiene razón el loco, repuso la condesa.

»—Sí, pero al fin ha concluido por decirme:

«Iré». Le he convencido de que si no accedía á verle á usted, haría la desgracia de una persona que vive en la soledad y cuyo único entreteni-miento son las flores. Indudablemente, al saber que siente usted también su pasión favorita, ha debido conmoverse.

»Al día siguiente, supe, por una seña de la Gobain, que esperaba mi visita. Después de almorzar, la condesa se paseaba por el jardín; esperé este momento, salté por la empalizada y me dirigí hacia ella. Yo estaba en traje de campo.

»—Condesa, dijo la Gobain, este caballero es vuestro vecino.

»La condesa no se asustó. Empecé á observar á la mujer que tanta curiosidad me inspiraba, ya por la vida especial que hacía, ya por las confidencias del conde. Nos hallábamos en los primeros días del mes de mayo. El aire puro, el cielo azul, el verde brillante de las primeras hojas y los perfumes primaverales, formaban un cuadro arrebatador. Al ver á Honorina, me expliqué la pasión del conde Octavio y la verdad de este símbolo. Honorina es una flor céli-ca. Su blancura me llamó la atención por su tono particular, pues hay distintos blancos, co-mo hay distintos azules y encarnados. Al mirar á Honorina se detenía la mirada sobre su fina epidermis, á través de la cual se veían filamen-tos azulados. A la menor emoción su sangre parecía circular más aprisa, bajo el fino tejido de sus venas, como un rosado vapor extendiéndose sobre una capa de nieve. Cuando nos



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